Al comenzar el 24 de febrero del 2022 la intervención rusa en Ucrania pocos se hubieran atrevido a pronosticar un conflicto de más de un año y el cúmulo de secuelas acaecidas. Y en el caso de los países del Sur Global, probablemente no vislumbraran los extensos efectos negativos en la economía mundial. Para India, una economía emergente, ha sido un período complejo de grandes apuestas y varias sorpresas.
Durante su primer mandato como Primer Ministro (2014-2019), así como también en su campaña electoral, Narendra Modi supo identificar el rol primordial que la diáspora podía ejercer para los intereses de India. Tal es así que, como actor de las relaciones internacionales, la diáspora formó parte de esa estrategia en tres aspectos: en la política interna, en el aporte económico y como herramienta de poder blando. De todos modos, dicha estrategia no fue nueva dado que las administraciones anteriores de Vajpayee y Singh habían reconocido el valioso aporte de la diáspora. No obstante, Modi perseguía un enfoque diferente, constituido a partir de dos componentes: uno moderno –la diáspora publicitando la habilidad, capacidad y diligencia de los indios, sobre todo en lo que refiere al sector de la tecnología- y otro más tradicional, en función del cual la diáspora también sirve como ejemplares de los valores e ideas centrales indios (Hall, 2019).
El conjunto de países que conforman las siglas BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) concentran más del 30% del Producto Bruto Interno (PBI) mundial y el 40% de la población en el mundo. En sus orígenes, este acrónimo creado por el economista británico Jim O’Neill en 2001, tenía la tarea de orientar a los inversores transnacionales y, sobre todo, agrupar a las principales economías (re) emergentes como objetivos de inversión y generación de riquezas.
Desde febrero de 2021, se está experimentando una segunda ola de Covid-19 en la India. Este hecho no parece ser tan relevante si se tiene en cuenta que el mismo ha sucedido en varios países europeos e incluso en Estados Unidos. Sin embargo, los números confirmados de contagio superan por mucho los apreciado el año pasado, casi 300 mil por día en la semana del 26 de abril al 2 de mayo, sin mencionar el aumento en el número de muertes que, de acuerdo al rotativo The Hindu, representaron 1 de cada 4 en el mundo, el 28 de abril –trayendo consigo una demanda inusitada de crematorios, el uso de estacionamientos para llevar a cabo las incineraciones y una falta de madera para este propósito (Poonam, 2021; TH, 2021). Esto ha traído una escasez de camas de hospital –sobre todo para cuidados intensivos-, medicamentos y oxígeno, así como la aparición de un mercado negro para estos dos último (AFP, 2021).
La situación se aprecia sumamente dramática, ya que las escenas que muestran los medios indios al mundo dan cuenta de gente buscando desesperadamente oxígeno para sus enfermos en redes sociales, problemas en la localización de camas libres, una vacunación lenta en comparación con sus previsiones previas y una gobierno que se ve rebasado por las circunstancias. La activista, Arundhati Roy (2021b), junto con otros intelectuales, no ha dudado en señalar la responsabilidad del gobierno encabezado por el Primer Ministro (PM) Modi y de calificar la situación de catastrófica. La forma en que el gobierno, el sistema de salud y las capacidades infraestructurales indias han sido rebasados –junto a los estragos en la población- se pueden explicar a partir de tres elementos: un sesgo cognitivo, una baja en la guardia sanitaria y una centralización del poder.
El veterano periodista Raman (2021) cita anónimamente a un funcionario del gobierno federal, quien resume el problema en que las autoridades creyeron que se estaba saliendo de la crisis del Covid-19 e interpretaron los datos reforzando esa idea. El 17 de enero, igualmente el ministro de la unión, Amit Shah, felicitó al PM Modi por el combate exitoso a la más grande crisis de la humanidad, un mes antes de comenzar la segunda ola. Asimismo, la India trató de proyectarse al exterior como un ejemplo en el manejo de la pandemia, con capacidad para producir y exportar su propia vacuna, Covaxin, y la extrajera Covishield. En otras palabras, la autocomplacencia llevó a un diagnóstico equivocado y la formulación de medidas inadecuadas que chocaron con los hechos.
Así, en enero de 2021, estado tras estado de la federación india cerró los centros especiales para tratar Covid-19 justo antes de la segunda ola, desmantelando la capacidad hospitalaria ganada a lo largo de un año (ENS, 2021). La India enfrentó un crecimiento de los contagios y las muertes mucho más elevado que en 2020, pero en condiciones muy similares a las del inicio de la pandemia. En meses posteriores se volvieron a habilitar estas instalaciones, pero con una tardanza muy costosa. Aunado a lo anterior, la evidente escasez de medicamentos y oxígeno –aumentando sus requerimientos indios diarios en un 76% entre el 12 y 22 de abril- provocó el aumento de su precios por más del doble en algunas localidades, su acaparamiento por parte de la gente e igualmente la aparición de su tráfico clandestino (Barnagarwala, 2021; Kaunain, 2021).[1]
Otra de las políticas erróneas del gobierno fue el permitir la realización de eventos masivos, sin las debidas medidas de prevención del contagio. Así, el ritual de tres meses de duración, Haridwar Kumbh Mela, se realizó desde el 14 de enero, recibiendo cerca de 25 millones de peregrinos en total; se permitió la realización del Dussehra y la Durga Puja; también las producciones de Bollywood se reiniciaron; y los estadios fueron reabiertos con aforo completo, pese a la alerta del comité sanitario parlamentario (Kaunain, 2021; Raman, 2021; TNN, 2021). De la misma forma, teniendo elecciones provinciales en Bengala Occidental, Tamil Nadu, Kérala y Assam, los mítines políticos fueron permitidos, dando paso a críticas a la Comisión Electoral (ET, 2021; Raman, 2021). Para el asesor científico del PM, Vijay Raghavan, no hay duda: bajar la guardia permitió la diseminación descontrolada del virus (Kaunain, 2021).
Al final, el connotado historiador Ramachandra Guha expresó en una entrevista una crítica bastante álgida en contra del PM Modi, en particular por la centralización de la toma de decisiones, el desdén a los expertos, su culto a la personalidad y su actitud reaccionaria (Thapar, 2021). Para Roy (2021a) y Ghosh (2021), lo que hace falta es más gobierno y menos demagogia, pensar más en lo de abajo y menos en las farmacéuticas, así como mayor responsabilidad por parte del gobierno de la unión. Hasta ahora Modi había podido sortear las críticas y mantener envidiables índices de aprobación, la segunda y posible tercera ola del Covid19 marcaran su administración y decidirán si puede enmendar el camino o distraer la atención de la población para tratar de conseguir en 2024 un nuevo mandato.
[1] De hecho, debido a la disminución de la demanda de oxígeno el año pasado y este sesgo cognitivo, se redujeron las reservas, pensando que no habría aumentos abruptos de la demanda.
Históricamente, el país laico ha sido definido como la multiplicidad dentro de la unidad debido a que está constituido por un amplio conjunto de etnias, religiones, filosofías, lenguas y dialectos. Sin embargo, la llegada del Bharatiya Janata Party (BJP) al poder bajo el liderazgo de Narendra Modi en el 2014 ha puesto en jaque aquella noción de unidad y ha fomentado la discusión acerca de la identidad india, ya que el partido nacionalista aboga por la preeminencia del hinduismo por sobre las demás religiones (Dussort; Giaccaglia, 2018). La declaración del Primer ministro, que expresó que India debe convertirse en vishwa guru (gurú mundial), refuerza lo expresado anteriormente (Anand, 2019).
Hoy, el mundo entero conoce la ciudad de Wuhan al haber sido el epicentro donde la pandemia mundial de COVID-19 comenzó. Sin embargo, entre indios y chinos ese nombre resonaba desde 2018, cuando, luego del incidente en Doklam (2017) en la frontera entre ambos países, Narendra Modi y Xi Jinping se reunieron allí para dar paso a un “Reset” en sus relaciones, acordando ampliar la cooperación y respetar los mutuos intereses estratégicos, dando inicio al “Wuhan’s Spirit”.